Prólogo de un blog viajero y comestible: el tercer vuelo

Solía pensar que solo había dos formas de volar. Una en el aire: cuando te daban alas, o en un avión, o soñar que eres un ave, o lanzarse en paracaídas. La otra, que experimenté varias veces,  es cuando me sumerjo muchos metros bajo el agua para saber que incluso uno simplemente no se hunde,sino que vuela con oxígeno venciendo la gravedad, sin dejarse caer a lo más profundo y sin elevarse hacia la superficie, volar mientras se bucea.
Pero fue hasta hace muy poco que comprendí, que desde hace mucho vuelo. Y lo hago sin soñar, sin montarme en un vehículo aéreo, o pegarme en la espalda una botella de oxígeno. Sin tener consciencia clara mis pies levemente pierden un poco de firmeza sobre el suelo y así todo el cuerpo. Sucede constantemente, pero no todo el tiempo. Y no solo me pasa a mí, sino a otros tantos. No somos pocos, ni somos una especie en extinción.  Somos una gran cantidad de personas que a veces se identifica, pero que la mayoría de los casos, silenciosos, no encontramos ningún código de comunicación. Caminamos por los aeropuertos y a nuestro lado puede estar en ese cruce otro más de nuestra especie, sin emitir un sonido o una seña que mencione que pertenecemos a la misma estirpe. Podemos estar en la oficina y nuestro callado compañero del cubículo de al lado puede haberse elevado la noche anterior sin darnos cuenta de eso. Alguno de los vecinos, puede un mediodía de sábado estar volando por el comedor de su casa y no lo escuchamos, ni lo notamos. El problema de esto, es que no sabemos cuántos somos los habitantes que emprendemos el tercer vuelo. Ellos vuelan, nosotros volamos. Y a veces no nos damos cuenta de que lo hacemos, solo lo disfrutamos.

Nosotros somos simplemente aquellos que tenemos el gen gastronómico. No somos ni más especiales, ni menos, que el resto. Encajamos perfectamente en la sociedad. Tenemos ese gen, que se desarrolla cuando movemos el tenedor y tomamos un bocado de algo que hemos cocinado o que hemos probado de alguien. Es ese sorbo que bebemos de un coctel que hemos preparado, esos dedos que quieren meterse en un dip y llevárselo a la boca, y aún más cuando queremos perder el pudor y queremos pasarle la lengua al plato. Ese necesidad de ordenar los ingredientes y tomarles una foto, o simplemente, fotografiar eso que te vas a comer como si fuera un premio. En ese instante, en ese preciso momento, todas las pupilas gustativas dejan de percibir lo dulce, lo salado, lo amargo, lo acido, y se concentran en una sola definición: delicioso. Ese sabor hace que sin poder detenerlo, todo el cuerpo pierda su peso y así lentamente empieza una elevación, un vuelo que nos llevará a mantener intacto ese instante, y no echarlo al olvido. Nos lleva a guardar esos minutos como un recuerdo, que también vuela, pero en el tiempo.

Esta es mi estirpe: la conforman los gastrónomos, los gastroviajeros, los cocineros, los gourmand, los gastronautas, los aficionados, los curiosos, los sibaritas.

Te invito a volar con mis viajes y con mis recetas.